WASHINGTON (OSV News) — Los hispanos revitalizan las parroquias y mantienen vivas las ciudades, aferrados a su fe en Dios, a su familia y a la Iglesia a la que ven como la fiesta, según el obispo auxiliar de Washington, Evelio Menjívar.

En el Mes de la Herencia Hispana, que se conmemora del 15 de septiembre al 15 de octubre, el primer obispo salvadoreño en Estados Unidos destaca que la religiosidad popular es el tesoro del pueblo de Dios e insta a los hispanos a apreciar lo que somos y ser embajadores de nuestras tradiciones.

Durante este mes, “no celebramos el pasado sino lo que somos y el legado que le vamos a dejar a las futuras generaciones”, agregó en una entrevista con El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington.

Ve a los inmigrantes latinoamericanos como recipientes de una riqueza cultural, religiosa, de tradiciones, de sabiduría ancestral y como los herederos de esa riqueza. “No estamos hablando únicamente de un legado histórico del pasado, sino lo que somos hoy y lo que podemos aportar desde nuestra hispanidad al resto de la sociedad y al futuro”, subrayó.

Reconoció que es difícil definir en pocas palabras lo que representan los hispanos para la Iglesia: “Somos un mosaico cultural. Ser hispano es ser parte de ese mosaico, de esa diversidad cultural que hay incluso dentro de la misma comunidad hispana. Somos blancos, negros, asiáticos, indígenas, por eso no se nos puede definir como una raza. Somos más que todo, una cultura, una manera de vivir en este mundo inmersos en una riqueza”.

La comunidad hispana organiza multitudinarias procesiones y participa de concurridas Misas llenas de emoción — en las cuales se incorporan grandes imágenes en andas, dinámica música, coloridas banderas y trajes típicos — y alegres convivios donde se degustan y comparten platillos con la variada sazón latinoamericana.

“La religiosidad popular es una riqueza, es el tesoro del pueblo de Dios”, subrayó el obispo. “Nuestro pueblo hispano es rico en tradiciones, en fe popular. Su fe está encarnada, enraizada en la realidad y en la vida misma de la gente. Es la fe que se ha hecho parte de la vida diaria”.

En la mayoría de los hogares hispanos, lo primero que uno ve es una imagen de la Virgen en la entrada y luego imágenes religiosas en la pared. No es una fe racional ni teológica, dijo, sino una fe que se vive, que está presente en el diario vivir. “Es lo que somos”.

El hispano siente esa necesidad de expresar su fe en diferentes maneras: en las procesiones, en las celebraciones de las fiestas patronales, cargando un rosario, un escapulario, una imagen de la Virgen. Son muestras de religiosidad popular que el hispano siente que tiene que manifestar. “No lo puedes esconder porque es lo que somos”, añadió.

El obispo Menjívar dijo que estamos aportando esa riqueza, estamos compartiéndola con los demás y diciéndole a la gente que hay que vivir la fe de una manera espontánea.

“Tenemos que sentirnos orgullosos de nuestra fe, compartirla con los demás, sin imponerla sino más bien proponerla”, dijo.

La fe es una propuesta, una invitación, a compartir con los demás lo que somos, lo que tenemos, dijo haciendo eco de las palabras del Papa Francisco.

“Es la riqueza que traemos al resto de la Iglesia, el orgullo de ser católicos, que no nos debe dar vergüenza vivir en la arena pública ya que es importante porque es lo que somos”, agregó.

Según el obispo, los inmigrantes somos muy bienvenidos en las parroquias por los estadounidenses. Aunque reconoció que hay algunos roces por falta de entendimiento porque nosotros mismos no hemos sabido explicar las tradiciones. Si hay rechazo, dijo, no es por malos sentimientos sino por falta de conocimiento y de comprensión.

“Cuando no se entiende, no se conoce, se trata de poner distancia”, explicó.

Extendió una invitación a los estadounidenses a que nos conozcan, e instó a los hispanos a aprender a compartir las tradiciones de forma que sean entendibles, a aprender a traducir y explicar nuestra cultura. “Tenemos que ser embajadores de nuestras tradiciones”, dijo.

Se espera que los estadounidenses nos vean como hermanos humanos.

“Hay unas expresiones muy inhumanas, antiinmigrantes, racistas. Lo primero que hay que descubrir en la otra persona es la común humanidad”, dijo el obispo. “Partiendo de allí es que nos damos cuenta de que tenemos enfrente a otro ser humano. No importa la raza, el color, la religión, la preferencia sexual, se trata de un ser humano que viene con su propia historia de dolor, sufrimiento, persecución, pobreza”.

La otra cara de la moneda, que el estadounidense no suele ver, son las historias de personas que han sido llamadas, invitadas, a compartir sus talentos.

Hay un gran flujo de personas intelectuales hacia Estados Unidos por las oportunidades que este país ofrece, dijo. Vienen con visa, con empleo, hasta con doctorado, a ocupar posiciones de liderazgo a todo nivel. Por ejemplo, quienes trabajan en los organismos internacionales. Son inmigrantes que están aportando a EE.UU. al igual que los empresarios hispanos.

“Muchas veces pensamos que el inmigrante es únicamente el indocumentado, el refugiado, el pobre. Pues, no. La movilidad humana es un fenómeno a nivel mundial, que no es nuevo y es multifacético. Envuelve todo el drama y el quehacer humano, desde el éxito hasta la derrota”, reflexionó monseñor.

Destacó que los hispanos no solo estamos aportando muchísimo a la Iglesia, sino también a la economía.

“Estamos manteniendo ciudades vivas, que de otra manera serían comunidades muertas, en decadencia”, dijo sobre un fenómeno que se puede ver fácilmente en los pueblos mineros o donde se cerraron las fábricas. “Son lugares que no atraen ni a gente joven ni a inmigrantes y se han convertido en pueblos muertos”.

El hispano mantiene vivos algunos pueblos y vecindarios, las iglesias y los negocios en lugares que no son muy atractivos para los inversionistas. Puso como ejemplo los comercios pequeños, muy humildes, que suplen a las comunidades minoritarias y van creciendo.

“Las comunidades inmigrantes, sobre todo las hispanas, son las comunidades más vibrantes”, reconoció el obispo Menjívar.

“Nos distingue la fe, la familia y la fiesta”, dijo recordando las palabras del padre Ovidio Pecharromán, un sacerdote que lideró la oficina del Apostolado Hispano de la Diócesis de Arlington en el estado de Virginia.

El hispano se caracteriza por una fe muy viva y su amor a la familia nuclear y extendida. Entonces, al llegar aquí, la parroquia se convierte en una familia, dijo el obispo. Un lugar donde, después de la Misa, la gente se queda hablando, compartiendo, comiendo en comunidad.

Especialmente, hizo referencia a los inmigrantes que llegan solos a Estados Unidos y recordó que así fue su caso cuando llegó a Los Ángeles en 1990. “No tenía familiares, entonces para mí la parroquia pasó a ser mi familia. El ir a comer después de la Misa en el cafetín parroquial, era algo que esperaba toda la semana. Sabía que no iba a comer solo, sino con un grupo de personas que consideraba mi familia”, recordó.

Para los hispanos, dijo, la Iglesia es la fiesta: el Bautismo, la quinceañera, la boda.
“La experiencia de fe se convierte en una fiesta en la cual celebran las diferentes etapas de la vida: desde el nacimiento hasta la muerte”, aseguró.

El obispo dice que ahí está la gran diferencia de cómo los hispanos vivimos la fe. “Creemos en lo mismo, pero la forma en que lo vivimos y lo manifestamos por la experiencia personal, es lo diferente”, explicó.

El obispo aprovechó para hacer un llamado a los padres: “Es importante encontrar elementos positivos en nuestra cultura, de lo cual te sientas orgulloso y quieras transmitirlo a tus hijos”.

Aunque reconoció que algunas costumbres de los países de origen son negativas y pueden dejarse de lado para poder avanzar y vivir de manera diferente. “Tenemos que reeducarnos y aprender de los demás, transmitir lo positivo y lo demás hay que dejarlo atrás”, acotó.

Le preocupa que vivimos en un mundo globalizado en el cual fácilmente uno pierde su identidad, algo que le pasa a muchos jóvenes. Él insta a los padres a transmitir su riqueza cultural y, especialmente, el idioma. Además de la importancia de saber un segundo idioma, el obispo dijo que transmitirlo es una manera de mostrar que los padres valoran sus raíces. El obispo insistió en la importancia de inculcarles a los hijos lo valioso de la cultura hispana.

“Como católicos hispanos, tenemos mucho que ofrecerle a la Iglesia”, dijo, partiendo desde nuestra fe sencilla que se puede palpar. “Lo que significa ser católico latinoamericano hay que entenderlo con los sentidos, viendo los colores, oyendo nuestra música, oliendo nuestros platillos. Tenemos una fe muy expresiva que no ocultamos, sino que vivimos y exhibimos con fervor y orgullo católico”.


Andrea Acosta escribe para El Pregonero, el periódico en español de la Arquidiócesis de Washington.

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